Cinco Minutos de Luz Angelical
Por: Sogetsu Kawaii
- La belleza es relativa. - Me dijo.
- ¿Relativa a qué?. - Pregunté.
- Relativa a quien mira. -
- ¿Y si yo le digo que usted es bella?.- Ella se sonrojó por un momento
- Te daría las gracias.-
- ¿Pero no se sentiría, entonces, un poco más bella?.-
- Hmm... Quizás... pero luego me miraría al espejo.-
- Y...?-
- Y... vería todos mís defectos otra ves.-
- Para mí la belleza es algo más mental que físico.-
- Sí... Tal ves...-
Siempre me pregunte porqué había mujeres que preferían sacrificar su felicidad por estar con el mino top del curso. Siempre mantuve la idea de que las mujeres que se preocupabán todo el día de verse bellas eran estúpidas. Hasta que me tocó conocer a una mujer hermosa, quizás no bajo los estandares de belleza establecidos por la sociedad machista del nuevo siglo, pero su cuerpo era elegante, delgado y pequeño y me golpeo como una corriente de aire gélido. Podía estar haciendo cualquier cosa, pero si mis ojos se llegaban a topar con los de ella, ya no podría declararlos oficialmente mios. Tenía ella unos ojos cafés que tendían a la obscuridad, un poco rasgados, de un mirar profundo y acusador, que contrastaba con una sonrisa ligera pero que invitaba a una paz intelectoangelical. Su cabello corto, color café casi negro, ondulaba a la altura de su cuello donde los destellos del sol lucían su danza hipnotizante.
Me decidí, finalmente, a hablarle y su voz no era una ayuda para mi mente flotante en nubes rosadas con carteles que leían "amor". Sus conversaciones eran tan inteligentes (o estúpidas) como las mías, pero sus justificaciones eran más precisas. Lo que nunca supe fue si ne todos los debates la dejaba ganar a drede. Como sí quisiera dar lugar intencionalemente a la idea de que la belleza y la inteligencia no tienen relación alguna. Como sí mi alma me robara de la mente cualquier motivo para decir "no, ella es inperfecta, no puedo relacionarme con ella". ¿Era yo? o ¿era ella?.
- Carolina.- Me dijo.
- Ah! verdad!. Disculpeme, es que tengo una memoria horrenda para los nombres.- Siempre la trataba de Usted.
- Hmm...-
Mi corazón dio un salto al ver que con esa ultima frase ella desvió la mirada. Yo no quería que me quitara los ojos de encima y no se me ocurría otro tema para llamar su atención hacia mi. Estabamos sentados en el suelo del metro, apoyados contra la puerta que no se abre. Conversabamos a frases cortas pues había mucho ruido cuando el metro pasaba por los tuneles. A mi me gustaban particularmente esas ocaciones para hablarle, ya que me veía obligado a romper su espacio privado para hablarle al oído. El metro era de esos vagones antiguos, con forma cuadrada y 8 asientos entre puerta y puerta, pero por alguna razón, a nosotros nos gustaba más quedarnos sentados en el piso.
- Mira.- Me dijo.
- Míro.- Respodí.
- No, poh. Para el otro lado.-
Me apunto con el dedo. Una rubia de pelo lizo con minifalda. Si la piel le hubiera brillado bajo el sol, cualquiera habría dicho que se trataba de Barbie en version carne y hueso.
- ¿Te gusta?.- Me preguntó sin quitarle los ojos de encima.
- Hmm... nop.- Le dije, con un poco de ironía en mi tono de voz. Note, por la expresión en su rostro que no me creyó. Yo decía la verdad. Nunca me han gustado las rubias.
- Estay que te creo!-
- ¿Y porqué no?-
- Todos los hombres sueñan con tener algo como eso.-
- Yo no. Yo no soy "todos los hombres".- Le dije molestandola.- Yo sueño con dragones, espadas, castillos, bosques...
- ...Y princesas.- Me interrumpió.
No supe qué decir. Siempre me habían dicho que a las mujeres es mejor mentirles para conquistarlas. Pero a ella no le podía mentir.
- A mi me gustan las morenas.- Añadí finalmente. - Me gustan las mujeres pequeñas. Me atraen la ternura y la coquetería. Pero por sobre todo, mi mujer ideal tiene que estimularme intelectualmente.
Se quedo pensando un momento. Sonrío indicandome que entendía a lo que me refería. Pero parecía no querer creer que yo pefería sumirme en la obscuridad de sus ojos a enredarme entre las piernas de la rubia. Que prefería quemarme con la sagacidad de su lengua y perderme entre sus cabellos con aroma a lavanda, aguamarina y citricos. Qué prefería amar sus ideas más que a su cuerpo. Qué quería dormir arrullado en la sinfonía de su pecho al ritmo de su latente corazón y que me hiciera sentir vivo abrazando con sus palabras sobre Kant, Manuel Rodriguez y Mario Benedetti.
No se porqué pensé todo eso al cruzar mis ojos con los suyos. Pero nunca fui capaz de manifestar mi voz con esas ideas. Lo unico que salia de mi boca fueron las traicioneras limitaciones machistas, patrocinadas por la juventud que aborrecí desde ese día en que, por primera ves, me había traicionado a mi mismo.
- ¿Usted se mira al espejo?- Acabé por decir.
- A veces.- Fue su respuesta.
- ¿Y que ve?-
- Nada... A mi misma.-
Pareció no captar la profundidad de mi pregunta.
- Pero... ¿Qué ve?-
- ¿A mi?-
- ¿Y qué es usted?-
- ¿Una mujer?
- Exacto!-
- ¿Y que hay con eso?-
- Para mí, una mujer es poesía. La mujer es perfecta en toda su curvilinea estructura. La mujer es un ser perfecto tambien en su manera de ser y por las cosas que puede hacer. Usted es una mujer, y por tanto, sea como sea, es bella.
Me miró y luego desvió la vista hacia el suelo como sintiendose avergonzada. Como tratando de aceptar que eso era verdad.
- Bueno, aquí me bajo.- Me dijo mirando a la distancia, a traves de las puertas abiertas, evitando el contacto con mis ojos.
- ¿La vere mañana?-
- Tal ves...-
"Tal ves". Esas palabras retumbaron un millon de veces dentro de mi cabeza; por toda la eternidad.
Nunca más la volví a ver.